Ir al contenido
Contáctanos

55 416 550 50

Síguenos en nuestras Redes Sociales

El manejo de Crisis

By. Yeudel Ramírez

El año 2024 marcó un antes y un después en mi vida. Fue un año de quiebre, de pérdida y dolor, pero también de descubrimiento, sanación y transformación. Enfrentar el divorcio, separarme no solo de una pareja sino de una vida construida en conjunto, perder amistades que creí incondicionales y, al mismo tiempo, encontrarme de nuevo conmigo mismo, ha sido una experiencia profundamente humana. Este Blog es un intento de narrar ese viaje emocional, no solo como un testimonio, sino como una forma de entender cómo se puede atravesar una crisis sin perderse por completo.

Cuando comenzó 2024, aún vivía bajo la ilusión de estabilidad. Mi relación de pareja, aunque desgastada, parecía un vínculo que podría sostenerse con esfuerzo. Sin embargo, llegó un punto donde la realidad se impuso: lo que existía entre nosotros ya no era amor, sino rutina, distancia emocional y, en muchos momentos, dolor. El divorcio no fue solo un trámite legal; fue la caída de un mundo. La casa compartida, los planes, las pequeñas rutinas, todo se fue desmoronando. Lo más difícil no fue firmar un papel, sino aceptar que debía seguir adelante solo.

El duelo posterior fue brutal. Aprendí que el duelo no es exclusivo de la muerte; también se llora una relación, una versión de uno mismo, e incluso a las personas que se alejan cuando más las necesitas. Amigos que alguna vez estuvieron cerca, se desvanecieron poco a poco. Algunos no supieron cómo acompañarme, otros simplemente eligieron no estar. Esa soledad me obligó a mirar hacia dentro, a enfrentar vacíos que había evitado durante años

En medio de ese proceso, recordé una historia que siempre me pareció fascinante, pero que nunca había sentido tan cercana: la del águila. Se dice que, al llegar a los 40 años, este majestuoso animal enfrenta una dura decisión. Sus garras se debilitan, su pico se curva, sus plumas pesan demasiado como para volar. Entonces tiene solo dos opciones: dejarse morir o pasar por un doloroso proceso de renovación. El águila vuela a lo alto de una montaña, se refugia en un nido seguro y, una a una, arranca sus plumas, rompe su pico y sus garras contra las rocas. Es un proceso de profunda transformación que dura meses. Y cuando finalmente vuelve a salir, lo hace renovada, más fuerte y lista para vivir otros 30 años.

Así me sentí. Como un águila en la cima de su montaña, forzado a romperme para volver a volar. Enfrenté no solo la pérdida de mi pareja, sino también de amistades, de mi sentido de identidad, de estabilidad económica y emocional. Todo lo que creía seguro se vino abajo. Pero esa crisis me obligó a detenerme, a encerrarme simbólicamente en mi montaña interior y comenzar a reconstruirme desde los cimientos.

Poco a poco, empecé a reconectarme conmigo mismo. Sin la distracción del «nosotros», comencé a explorar nuevamente quién era yo. Redescubrí pasiones olvidadas, busqué ayuda profesional, escribí, lloré, caminé mucho. Aprendí a estar solo sin sentirme vacío. Me di el permiso de sanar a mi ritmo, sin presiones ni apariencias. Empecé a valorar el silencio, el autocuidado, la honestidad conmigo mismo.

Cada día fue una pequeña victoria: preparar una comida solo, dormir sin angustia, reír sin culpa, imaginar un futuro distinto. Entendí que la crisis no destruye lo esencial, solo sacude lo superficial. Lo esencial —mi capacidad de amar, de reconstruirme, de crear nuevos vínculos— seguía intacto. Como el águila, emergí del proceso con nuevas garras, un nuevo pico, y sobre todo, con alas más ligeras y más fuertes.

Hoy, al mirar atrás, no veo 2024 solo como un año de pérdida, sino como un punto de inflexión. Fue el año en que todo cambió, sí, pero también fue el año en que comencé a ser verdaderamente yo. A través del dolor, descubrí la resiliencia. En la soledad, hallé la autenticidad. Y al perder tanto, gané algo invaluable: una nueva relación conmigo mismo.

Las crisis no son finales, sino inicios disfrazados. Como el águila, a veces debemos aislarnos, deshacernos de lo viejo, pasar por el dolor de soltar, para renacer con más fuerza. Aprender a vivir la transformación, sin miedo al proceso, es quizás una de las lecciones más importantes que la vida me ha enseñado.

Y si algo he comprendido profundamente, es que el secreto para atravesar una crisis está en el agradecimiento. En medio del caos, siempre hay algo por lo que dar gracias. En mi caso, fue mi trabajo. Ese espacio al que he dedicado 22 años de mi vida se convirtió en un ancla, en un refugio donde pude desarrollar, crecer y mantenerme en pie cuando todo lo demás parecía tambalear. Fue el lugar donde me sentí útil, valorado, y donde encontré algo de estabilidad en medio de la tormenta emocional.

Agradezco por ese espacio, y también por lo que sí tengo en mi vida: salud, capacidad de reinventarme, personas que sí se quedaron, y sobre todo, la posibilidad de seguir adelante.

Quiero cerrar este blog recomendándote un ejercicio sencillo pero poderoso: cada día, toma unos minutos para escribir o pensar en 10 cosas simples por las cuales estás agradecido hoy. No tienen que ser grandes logros ni momentos extraordinarios. Puede ser algo tan simple como tener agua caliente para ducharte, unos zapatos —sin importar la marca— que te protejan los pies, el hecho de poder ver, caminar, o respirar con libertad. Ser consciente de esas pequeñas cosas reprograma la mente y reabre el corazón.

Hoy, la vida no solo me enseñó a agradecer por lo perdido, sino también por lo que ha llegado. Me dio la oportunidad de conocer una nueva forma de amar. Alguien entró en mi vida, no para llenar vacíos, sino para caminar conmigo con ternura y luz. Alguien que me ayudó a sanar el corazón. Y con ese amor, llegó el regalo más grande de todos: la bendición de ser padre. Un nuevo comienzo, una nueva vida, una razón más para agradecer cada día y seguir volando.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *